Diversidad e ilustración: Conocerse entre líneas

Diversidad e ilustración: Conocerse entre líneas

Si ahora nos ponemos a pensar en cómo nacemos, es inevitable entrar en duda. ¿Cuál es el estado de nuestra mente y nuestra identidad? ¿Es ese lienzo en blanco que alguna vez se ha planteado en la historia de la filosofía? ¿Somos un simple amasijo de instintos que nos empujan a sobrevivir y a partir de ahí nos construimos? ¿Hasta qué punto la sociedad nos moldea para convertirnos en algo concreto? ¿Qué pasa si eso concreto que quiere la sociedad no es lo que yo soy en realidad? ¿Qué pasa si el sistema no contaba con mi

Siempre viví en un barrio periférico de una ciudad periférica de Barcelona. Siento que lo más “yo” que pude ser fue cuando apenas tenía un año, y gracias a que mi familia siempre fue muy poco intrusiva en cuanto al desarrollo de mi identidad. Pero pronto llegó la etapa escolar.

Cuando vas al colegio hay una especie de fuerza que te obliga a ser común, no te permite sobresalir por ningún sitio que no sea el objetivo común: graduarse para poder tener un futuro de provecho.

Directa o indirectamente el sistema educativo convierte a las personas en individuos útiles para la sociedad, de lo contrario te marginan. El bullying no solo lo hacen los alumnos; el profesorado ejerce una fuerza decisiva a la hora de que una persona sea marginada o aceptada. Digamos en que mi colegio no se hizo del todo bien. Recuerdo dos anécdotas con profesores que siento, ahora con la perspectiva del tiempo, formaron parte de mi formación y no era algo que estuviera explícitamente incluido en el temario.

Con unos ocho años estaba coloreando a un niño que había dibujado. Estaba pintando al niño con tonos marrones. Hasta ese entonces no me llamaba la atención ver a una persona racializada, era de lo más habitual en mi barrio; por lo visto, un barrio muy diferente al de la gente del colegio y al de mi profesora que, al ver mi dibujo, me dijo que la gente era “color carne” no color marrón.

Y diciendo “color carne”, refiriéndose al color almendra, me estaba diciendo muchas cosas que con ocho años no era capaz de comprender. Ella era la figura de autoridad: todos mis compañeros eran color almendra, yo era color almendra, la gente de la tele era color almendra, mi familia era color almendra…

Así que no fue una idea que calara difícilmente. Sin embargo, años después, cuando entras en esa etapa en la que de forma natural le llevas la contraria al mundo, con unos quince o dieciséis años, volví a darme cuenta de que no todo el mundo es color almendra, que el “color carne” del que hablaba la profesora en realidad era una gama de miles de tonos, que ella lo que hablaba era del color del privilegio.

Ser color almendra te abrirá puertas, blanco como el papel.

La otra anécdota que recuerdo fue a los doce años, también en ese colegio, pero en otra etapa del crecimiento. Ahí ya empezaba a tener calores de prepúber. Se me ocurrió que sería una buena idea, en plena y aburrida clase de historia, ponerme a dibujar un hombre desnudo en el interior de la contraportada del libro. Obviamente, con los cánones de belleza calando mi ser, dibujé a un señor con una mandíbula bien cuadrada, unos abdominales como una tabla para lavar ropa en el río, unos pectorales para abrir nueces y un pene y sus testículos bien colganderos.

Cuando mi profesor lo vio, me preguntó si me parecía normal, si esas guarradas las hacía en casa también, si no me daba vergüenza. Y la verdad era que, hasta ese momento, no me la daba. Me cayó castigo y estuve sin patio aquel día. Y, además, aprendí que: sexo malo, desnudez mala y genitales malos.

Mi madre y mi padre ya empezaban, por ese entonces, a notar que teníamos pudor por la desnudez como taparnos y escondernos, cuando nunca habíamos tenido ese tipo de reacciones. No fue solo ese suceso el que construyó una percepción errónea de la desnudez y la sexualidad en mí. Seguro que hay cientos, pero ese fue muy obvio.

Estos dos recuerdos son claros ejemplos de cómo una sociedad con unos valores concretos los impone a través de sus antiguas generaciones a las nuevas. No hace falta que sea a través del castigo como en el caso del dibujo del señor desnudo, puede ser tan sutil como una recomendación de utilizar un color y no otro a la hora de dibujar a un niño; o un dulce y cariñoso “los niños no lloran”.

Tuve la suerte siempre de tener un templo en casa en el que poder ser con total libertad, en el que ver las cosas a mi manera sin que nadie me pusiera unos límites tradicionales; un templo en el que formar mi identidad incluso a contracorriente. Podía ser la Sirenita y luego un T-Rex.

Eso se reflejó siempre en los dibujos que hacía donde siempre aparecían casas, incluso a veces, las casas pertenecían a personajes en concreto que no entraban dentro de lo que consideraríamos una persona, como por ejemplo un robot. Un robot incomprendido y su casa de robot donde poder ser. Era una forma de expresar ese lugar seguro que todo el mundo merece. Ese espacio en el que poder crecer y ser con total amplitud y libertad.

Al terminar la educación secundaria obligatoria, con unos quince años, tuve que enfrentarme a un proceso de deconstrucción. Invertir muchos procesos para que lo que expreso y hago tengan concordancia con quien soy.

Hay un proceso que siento que seguí —y sigo— de manera inconsciente a la hora de identificarme, en el que performo, choco, analizo y renazco. Algo como un ciclo infinito en el que una mariposa vuela (performa) y en algún momento pierde las alas (choca), se convierte en crisálida (analiza) y vuelve a nacer con unas.

Cómo reaccionamos, quiénes somos en unas situaciones u otras, dónde nos incomodamos y dónde encontramos esa comodidad que podemos llegar a llamar hogar o familia. Cómo, la forma en la que nos expresamos a través de nuestro cuerpo, lenguaje y vestimenta, reaccionamos y hacemos reaccionar al entorno.

Chocar es el momento en el que el entorno o nuestra propia persona deja de sentir comodidad con esa performance. Puede ser un cambio íntimo y privado como una necesidad vital de cambio; o puede venir provocada por una reacción —normalmente negativa— del entorno como una mala experiencia con un grupo de personas o algunos comentarios.

Analizar es el proceso en el que iniciamos una introspección, sanamos, observamos y concluimos.

¿Qué ha salido mal? ¿Qué me hace sentir mejor? ¿Quién soy? ¿Cómo soy? ¿Qué me permite expresar? ¿Cómo puedo protegerme? Un espacio muy necesario que no siempre nos concedemos y que es única y exclusivamente para nuestra individualidad y supervivencia social. ¿Cómo me adapto sin abandonar quien soy?

Renacemos cuando en algún punto llegamos a una conclusión en ese análisis. Volvemos a desplegar las alas, a mostrarnos y a performar. A ser más “yo” hasta que volvamos a chocar.

Este proceso se repite una y otra vez, con más o menos cambios, en uno o varios ámbitos y círculos sociales. Todo este proceso se complica cuando tu identidad no tiene referentes. Una identidad no binaria —que no se identifica ni como hombre ni como mujer y que se aloja en algún punto del espectro del género entre esos dos puntos— comienza una búsqueda ajena a las facilidades que puede otorgar un sistema organizado.

Mis referentes no existen en los libros, ni en las películas, ni en la TV, ni en los periódicos, ni en los dibujos, ni siquiera de forma visible en las calles, hay que buscarlos. Nadie habla de eso, todo el mundo es hombre o mujer. El género binario es una de las bases de la sociedad occidental y construye demasiadas cosas en base a eso. Asumir el género es algo inmediato en nuestras mentes. No sabemos el nombre de alguien, ni su edad, ni su trabajo, ni sus gustos; pero siempre —o casi siempre— podemos asumir si es un chico o una chica. Saltarse ese binarismo sistemático supone un reto incluso para alguien que no se identifica en ese sistema.

Resulta que una identidad no binaria cuestiona cosas que suponen un efecto dominó en constructos sociales. Una persona no binaria cuestiona incluso la forma en la que nos relacionamos con la gente y los nombres de esas relaciones.

¿Puede una persona no binaria ser heterosexual u homosexual siendo la definición de ambos conceptos binaria? —hetero atracción por el género opuesto, homosexual atracción por el mismo género— ¿Cuál es el género opuesto de una persona no binaria? ¿Puede solo sentir atracción por personas no binarias?

La falta de referentes y tener que crear las bases en las que poder construir, hacen que el crecimiento de identidades que no son cis-hetero normativas sea algo caótico y desordenado. Hace falta tocar todas las teclas para ver cuál es mi nota; y muchas veces toca construir teclas que toquen notas que nunca sonaron.

Tuve muchas suertes y otros muchos privilegios como persona creativa y millenial. Como creativa porque siempre tuve la libertad de crear, dibujar y escribir. Tenía acceso a los medios que me permitían llevar a cabo esos procesos creativos que al mismo tiempo desembocaban en procesos de autoconocimiento.

Ese caos que siempre he tenido en la cabeza se ordenaba un poco cada vez que escribía o dibujaba acerca de él. Como millenial, desde que empezó ese proceso de desarrollo y búsqueda consciente de la identidad, tuve acceso a redes sociales que me conectaban con cientos de personas que muchas veces se identificaban con lo que hacía.

Conocía a gente en lugares que siempre me habían descrito como peligrosos y se convertían en referentes de lo que yo había vivido. De esa forma encontraba nuevas historias con las que podía comprender y ordenar mi propia identidad.

La ilustración permite simplificar conceptos muy complejos y hace más accesible una empatía hacia algo que de primeras nos puede parecer demasiado ajeno.

Las redes sociales han permitido que todo ese contenido pueda estar al alcance de mucha gente. Que muchas personas encontremos referentes en otras que se lanzaron al vacío explicando sus hazañas y nos identifiquemos con ellas. Son un mundo abierto, para bien o para mal, donde cualquiera puede explicar su vida y exponer problemas sociales y de sistema a los que nos enfrentamos.

Cuando empecé con Mother of Queer, sentí que aquello simplemente era un diario personal, un lugar donde poder desahogar mis análisis y rayadas mentales. En poco tiempo se convirtió en un lugar donde más gente se identificaba, donde incluso la soledad era compartida y gente que empezaba algún proceso de crecimiento encontraba esas teclas que otra gente tuvo que construir sin pistas. Construyendo en comunidades esos espacios seguros donde poder existir sin que nadie te señale.

Muchas veces recibo mensajes de odio o incluso simplemente de trolls que pululan en las redes. Pero los mensajes que más pesan y los que más abundan son los positivos, los que nos dicen que esta soledad que a veces sentimos no es tan para siempre como pensábamos:

Desde que conozco tu cuenta no me siento sola.

Por cierto, hoy he hecho algo como salir del armario con tu filtro BI.

Nada. En todo caso, gracias por ayudarte a entender tantas cosas. Gracias a ti sé mejor quién soy y no debe ser un problema que sea yo mismo.

¡Hola! Soy hetero, pero tengo que darte las gracias por qué has ayudado mucho a mi familia, tengo dos hijos y a veces me cuesta entender algunos comportamientos (creo que el mayor es gay) y viendo tu tentación me da miedo afrontar las cosas. Tengo 40 tacos, de otra época, pero lo intento mucho, nunca hacéis par.

LAMOTH EVANGELISTA

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#SexualidadesCorporalidadesYBuenosTratos

Este documento ha sido fruto de un proceso participativo y colectivo donde hemos compartido sabidurías, sentires y experiencias entorno a los espacios digitales y cómo pueden ser también territorios para ver(se), escuchar(se), reflexionar, achucharse y accionar.

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