Qué te cuento
¿Quieres que te cuente cómo nos cuentan?
¿Quieres que te cuente qué no nos cuentan?
¿Quieres que te cuente qué nos malcuentan?
Lo que vas a leer no es una historia plagada de penas sino la historia contada desde los recovecos en los que se hallan las ausentes. En todo caso, es una historia de puños cerrados, de lucha constante para estar y no solo ser (invisibles).
¡Ay! Si nos biencontaran si, al menos, nos contaran, estaríamos hablando de unos conocimientos globales, y eso incluye libros de texto o producciones audiovisuales de ficción, muchísimos más ricos. Lo anterior también incluye la realidad del presente narrada por unos medios de comunicación ciegos ante la diversidad y sordos ante los gritos que claman cambios y romper el espejo que refleja el vacío, ya que, a tenor de lo que muestran, las personas negras parecemos no existir.
Y aquí sí le toca el turno a la pena. No la mía, hablo de una global, puesto que perder la posibilidad de ver el escenario de siempre desde muchos más puntos de vista, con ángulos que jamás habrías imaginado, da mucha lástima.
Por otro lado, exigir una representación veraz de la sociedad, contando con todos sus elementos, no tiene que ver únicamente con mejorar la calidad de los canales que nos (no) muestran, lo que entra en juego es la verdad. También la justicia. Me consta que son conceptos enormes, pero de
ninguna de las maneras están utilizados al azar.
A estas alturas, la distancia que separa a los seres humanos que vemos en la televisión o en la prensa, sobre todo hombres, sobre todo blancos y sobre todo del Norte global, de lo que nos encontramos a diario en la calle, ya no puede denominarse brecha sino, fosa de trillones de kilómetros de profundidad.
No obstante, me estoy acelerando, así que comencemos por el principio. No este principio, el tuyo, el de tus años de vida, sino bastante más atrás.
Recientemente estuve en el Museo del Prado, una de las grandes pinacotecas del mundo. Ver todo lo que alberga en solo una mañana resulta prácticamente imposible, dada la magnitud de su colección, así que me limité a la planta central y sus aledaños. En los formidables cuadros que pude admirar había infinidad de retratos de monarcas,
nobles, clérigos y funcionarios de
palacio varios, incluyendo bufones, también escenas bíblicas y mitológicas, bastantes caballos, dragones, y perros, y unos cuantas crónicas pictóricas que recogían episodios históricos de relevancia.
No me hacen falta dos manos para contar las personas negras que había en aquellas obras. Unas cuantas Adoraciones de los Reyes Magos e, inevitablemente, unos cuantos baltasares con sus pajes, unos cuantos esclavizados y de entre ellos uno bien destacado, que imitando al que fue su “propietario”, Diego Velázquez (autor, por cierto, de “La cena de Emaus”, también
conocido como “la mulata”) , tomó los pinceles y se convirtió en pintor: Juan de Pareja, al que pude ver porque se autorretrató con maestría, muy escorado eso sí, en “La vocación de San Mateo”.
Quizá, lo de salir en su propio cuadro fue una forma de compensar la falta de representación en una Andalucía, en una España, que ya por aquel entonces (s.XVII) era diversa pero que, al igual que ahora, decidía mostrarse blanca. No obstante, tenía más sentido en ese contexto, ya que, normalmente, la posibilidad de ser retratado era algo exclusivo de quienes tenían poder (el clero y la realeza) o andaban cerca de él. El
resto estaban en las márgenes y les africanes y sus descendientes, todes esclavizades, en las márgenes de las márgenes.
A las mujeres negras, situadas en una categoría destacada de la desmemoria y la despresencia consciente, las busqué sin cesar y sin mucho éxito hasta que me topé con “Diana y Calisto”.
Se trata de un cuadro de Rubens en el que pinta una escena de “Las Metamorfosis” del poeta Ovidio. Justo debajo de la diosa Diana, frotando sus piernas en una escena de baño, estaba ella, mi objetivo y hallazgo, desnuda, como el resto, con brazos fuertes, pechos turgentes y pelo rizado, cubierto por un gorro pequeño y haciendo las veces de sirvienta esclavizada.
Mi pesquisa justo ha coincidido en el tiempo con la muestra “Invitadas. Fragmentos sobre ideologías, mujeres y artes plásticas en España (1833- 1931)”, una muestra que “tiene como objetivo ofrecer una reflexión sobre el modo en el que los poderes establecidos defendieron y propagaron el papel de la mujer en la sociedad a través de las artes visuales, desde el reinado de Isabel II hasta el de su nieto Alfonso XIII” y que evidencia la voluntad del museo de desenterrar a quienes se sepultó en vida y devolverles el espacio que merecían.
Y en esas andamos las mujeres negras también, las que necesitamos ese apellido, “negras”, porque de lo contrario, si hablamos de “mujeres” a secas, a casi todo el mundo se le vendrán las de siempre a la cabeza, las blancas, las que no requieren de ningún epíteto para ser imaginadas. Nosotras fuera. ¿Cuánto ha cambiado la representación que vemos a día de hoy con respecto a la obra del pintor barroco, datada alrededor de 1635, o a todo lo que no vi en la pinacoteca esa mañana?
Poco.
Vamos con el cine.
Las películas y series en las que las personas negras han aparecido como esclavizadas, sirvientes o trabajadoras del hogar son muy comunes, da igual el momento en el que se grabaran. “Doce años de esclavitud”, “Amistad”, “El mayordomo” o “Criadas y Señoras” son un ejemplo de ello. Cuidan y sirven a las familias de otros, las suyas, o ni aparecen o son secundarias.
En el Estado español, cercano en el tiempo, también encontramos esa tipología en “Ahí abajo” donde hay una cuidadora con acento brasileño que es la que se encarga de la madre de Peio, uno de los protagonistas. Es guapa, sexy, baila bien y, de paso, le “quitó la virginidad” (ahondando en otro tópico del que hablaré más adelante, la hipersexualización de las corporalidades negras).
Obviamente, su papel en la trama suele marcar la posición de subalteridad con respecto a los personajes principales, pero aun cuando ocupan roles protagónicos, tienden a beber de la narrativa impuesta para este tipo de películas: la del sufrimiento, la que muestra a seres humanos (negros) tan acostumbrados a recibir palizas que, llega un momento, en el que no alteran a quienes las ve. Por supuesto, cuando se trata de mujeres, las violaciones tienden a ser ineludibles. Dolor y más dolor.
Aquí también se da este tipo de narrativa vivida, o bien por personajes migrantes que lo pasan fatal, o aplicada al contexto africano. En los últimos años hemos visto varias películas que lo atestiguan:
“Palmeras en la nieve”, “El cuaderno de Sara” o “Black Beach”. En estos tres films, se mezclan varios de los tópicos habituales en la representación no ya solo de personas negras sino también de África:
1 – La del pobre país rico en recursos naturales que, justo por eso, deviene en un nido de alimañas propias (dictadores) y ajenas (multinacionales) interesadas en rapiñar todo lo que puedan, aunque eso suponga que haya guerras o un clima de fuerte inestabilidad. Las féminas, por supuesto, padecen al cuadrado y son víctimas de violaciones perpetradas por sus coterráneos en las que algunos directores se recrean. A decir verdad, lo del hombre negro violador, a lo largo y ancho del planeta, podría tildarse de sambenito consuetudinario. En “El nacimiento de una nación”, en 1915, ya se veía.
No deja de ser el producto de la deshumanización y animalización de unos cuerpos negros a los que se ve incapaces de controlar sus instintos sexuales.
Históricamente, ha sido un constructo útil para culpabilizar alos hombres negros de crímenes no cometidos (los linchamientos en el sur de los EEUU fueron un sangriento paradigma de ello), pero también para descargar de culpas a los violadores blancos que atacaban a unas mujeres negras de quienes se decía que provocaban. Esa figura de negra seductora y caliente, también se ve en la película citada con anterioridad.
2 – La de las personas blancas salvadoras. Da igual que acaben de pisar el continente, por una suerte de conocimiento innato ya pueden manejarse mejor que los nativos, que “les necesitan” para poder solventar sus problemáticas (en demasiadas ocasiones desideologizadas, ahistóricas y reducidas a conflictos étnicos). Casi hay algún fiel escudero, a lo Sancho Panza con Quijote, un buen salvaje que pone por delante la vida del recién llegado a la suya y que le ayuda en todo lo que requiere.
A esa figura, la escritora Roxane Gay la bautizó como “negro mágico”. El resto del elenco negro suele ser testigo, figurante o víctima de lo que pasa en su propia tierra.
3 – El amor interracial tiene algunas connotaciones de “salvadurismo” y sobre todo de relación imposible romeojulietesca. Tiene más peso cuantitativo el del hombre blanco (que era el que viajaba) con mujer negra desgraciada y pobrecita a lo Cenicienta que destaca entre el resto de panteras hipersexuales, putas o “sueltas”. Sin embargo, cuando el escenario en el que transcurre la historia es occidental las tornas se invierten. “Adivina quién viene esta noche” , en EEUU, o la versión patria “Es peligroso casarse a los 60” lo muestran. Ahí no hay ni pizca de salvadurismo por parte del hombre negro, quien gracias a que tiene título nobiliario o cualquier otra condición humana o intelectual excepcional, convence a los padres de su pretendida para estar con ella.
No obstante, también se dan ejemplos de historias de amor asimétricas en tierras norteñas, como la que encontramos en “Mar de plástico”, donde el dueño de la explotación agrícola se enamora de una de sus trabajadoras migrantes y, para variar, la salva de su terrible situación. Debe ser agotador llevar siglos siendo un superhéroe.
Continuemos en el Estado español, aquí, desde la perspectiva de les guionistas, las personas no blancas solo son migrantes. Esa lectura tan mutilada de la realidad genera que les intérpretes nacides aquí, o que llevan aquí, mucho tiempo, tengan que copiar acentos foráneos estando en su propia casa. Como si lo que elles son fuera imposible. Con esa representación de eternes recién llegades ya ironizaba “Amanece que no es poco” , una película de 1989 en la que a Ngue, un chico negro, lemolestaba que su tío se sorprendiera (y asustara) cada vez que se cruzaban y que gritara “coño, un negro”, como si jamás le hubiera visto.
El imperativo acentual provoca que en una misma obra se escuchen formas de hablar que no tienen nada que ver entre sí. Con todo, también hay producciones en las que las personas negras no tienen acento extranjero, sin embargo, suelen explicar sus orígenes para aclarar por qué son negros y en algún momento aparece su conexión con el tema migratorio. Esto se ajusta a una realidad en la que que es común que a las personas no blancas nos pregunten de dónde somos, aunque lo que quieran saber es de dónde venimos.
Hasta el momento he hablado de
celdas porque contar a grupos humanos de seres humanos solo de un puñado de maneras es encarcelarles, pues bien, un barrote clásico es el de la heterosexualidad que afecta especialmente a los varones, contados casi siempre como sacos de testosterona.
La serie “The Wire” contribuyó a romper esa idea con su fantástico personaje Omar, un hombre duro, de calle y homosexual.
Por fortuna, también entre la cinematografía española reciente hay un par de ejemplos en los que salen hombres negros gays: “Señor, dame paciencia” y “Lo nunca visto”. Sin duda, las mejores propuestas, a mi modo de ver, son las que parten de las comunidades concernidas que crean por talento y por la necesidad de llenar de grietas la narrativa homogénea hegemónica hasta que salte por los aires. Las directoras y guionistas Beatriz Mbula con su fantástica “Asunto casting” o Isabel Lola con Besop@ están haciendo una gran labor. Con más años de experiencia y una trayectoria laureada detrás, el impecable Santiago Zannou lleva décadas dirigiendo películas, anuncios y videoclips que cuentan mucha verdad con muchas más teces, orígenes y credos.
Una vía intermedia bastante interesante es “Oh, my Goig”, una producción catalana que entendió que para hablar de juventud debía contar con jóvenes, de manera que crearon un comité asesor con el objetivo de que sugiriera temas y analizara la forma en la que se plantean en la serie asuntos como la raza, la disidencia sexoafectiva, etc…
Y luego están quienes transforman desde el teatro o Instagram y un larguísimo etécetera necesario. Hace tiempo que les creadores negres dejaron de ser cantera para estar en la liga profesional.
Solo falta apoyo y que les permitan disponer de palestra con el fin de que puedan brillar.
Pues hala, ya te lo he contado.